Este es el contenido que se desprende de una carta que va dirigida a don Manuel Irureta Almándoz, obispo de Lérida (1926-1935), de quien presentamos previamente un breve reseña biográfica, tomada de don Ramiro Viola.
Don Manuel Irureta era de origen navarrés, fraile capuchino en su formación. Fue rechazado por dicha orden por considerarlo excesivamente alegre y bromista. Creyéndose indigno para ser clérigo, estudió magisterio y formó parte del orfeón de Pamplona. Fue maestro en Ostiz (Navarra) y secretario municipal de la misma localidad. En 1898 fue trasladado a una escuela de Zugarramurdi. Su extraordinaria voz le valió ganar las oposiciones para la catedral de Valencia. En Valencia completó sus estudios eclesiásticos y en 1900 el obispo de Teruel le consagró presbítero.
Baltasar Amador La Figuera fue un joven fragatino que tuvo la suerte de seguir los pasos de los suyos en el estudio de leyes. Obtuvo grado de bachiller en derecho en el Estudi de Lleida, y se doctoró en ambos derechos –civil y canónico- por la misma Universidad ilerdense en el mes de mayo de 1595. Su antepasado más remoto en Fraga pudo ser fue Nicolás Amador, habitante de villa en 1325. También existen noticias de Francisco Amador, fragatino, que embarcó hacia el continente americano en septiembre de 1538. Fue su madre fue Jerónima La Figuera. La elección de estudios fue acertada: los oficios de notarios y abogados fueron constituyendo en aquellos años una clase social en ascenso.
A veces ocurre que, cuando queremos poner un nombre a una calle o una plaza de nueva construcción, nos faltan personajes emblemáticos a tener en cuenta. Como ocurrió con los años sesenta del pasado siglo, cuando las autoridades de Fraga centraron su atención a accidentes geográficos, a santos de la Iglesia y a localidades aragonesas, sin reseñar nunca la motivación o la incidencia histórica con nuestra ciudad. Otras veces tenemos los nombres, pero los agentes sociales de turno no consiguen ponerse de acuerdo sobre qué es lo relevante: la historia local o la historia del mundo, los políticos o las personas capaces de transformar nuestro pensamiento o la ciencia. Cada ciudad debe tener su propia historia. Sus calles, sus museos, sus edificios deben recordar su historia y sus gentes. Los nombres de sus calles y plazas, los edificios de carácter social y lugares públicos, así como su escudo o su bandera deben representar la idiosincrasia del devenir histórico. ¿Por qué no se tiene en cuenta la historia local? La época del franquismo fue un momento crítico para borrar todo signo de historia local. Seamos positivos y creamos en el buen hacer de los agentes sociales. Al menos de aquellos que dicen que quieren trabajar por y para Fraga.
Guillem de Montcada, señor de Fraga, hijo de Ramón de Montcada y de Teresa de Ayerbe, se vio obligado a vender el feudo de Fraga y sus términos. Hacía poco que el rey Alfonso IV de Aragón, III de Cataluña y II de Valencia, había tomado la corona. El monarca deseaba incrementar las rentas de la corona y puso su mirada en los ricos y populosos términos de Fraga. En esa fecha, el noble Guillermo de Montcada era ya un hombre cansado, enfermo, quizá moribundo con solamente sesenta años. Murió a finales del año siguiente. Los documentos hallados parecen indicar que nunca firmó la venta con el citado rey, porque el Montcada halló la muerte antes de dicha firma.
Torralba era una de las numerosas aldeas desaparecidas en la rica zona del Bajo Cinca. Estaba situada a unos tres kilómetros aguas abajo de Torrente de Cinca, cercana al río, pegada a la vía romana, conocida como la Vía Augusta, popularmente como camino del Diablo. Actualmente Torralba es el nombre de una partida de cultivo bañada por el Cinca, y en el lugar donde estuvo la localidad sólo queda una explanada sin que apenas se hayan hecho prospecciones arqueológicas in situ.
El rey Jaime I, el Conquistador, puso sus expectativas en ampliar y proteger sus territorios patrimoniales, empezando por la conquista de Mallorca en 1229. Este rey quiso ampliar sus dominios sin depender del reino primitivo de Aragón, y en este empeño conquistó territorios como el citado de Mallorca, para seguirle Valencia o Murcia. En estos nuevos reinos concedió fueros propios, de forma que no se entendiera como una ampliación del primitivo reino de Aragón. Estaba constituyendo los dominios de la Corona.
El infante Juan había tenido muy buenas relaciones en sus primeros años con el obispo de Valencia, el fragatino Raymundo de Ponte. Ambos habían sido destinados a la vida eclesiástica en tiempos nada fáciles: supresión de los templarios o las tensas relaciones entre Castilla y la Corona de Aragón, dos territorios que pugnaban por el predominio peninsular.
El infante Juan era hijo del rey Jaime II y de la reina doña Blanca d’Anjou. Nació en 1301. Era el tercero de la larga descendencia de dicho rey, y fue educado en la cartuja de Escala Dei de Tarragona. De inmediato fue ofrecido por su padre a la iglesia, de donde iba a obtener toda clase de dotaciones económicas. Su carácter era de temperamento dócil y de complexión enfermiza, refugiándose en reacciones espirituales y en la cultura. Lo traemos aquí por su relación con un fragatino de su tiempo.
Si tuviéramos que poner en una lista los testamentos conservados y que fueron redactados por vecinos de la villa medieval de Fraga, el de doña Dominga o Domengia de Alós ocuparía uno de los primeros lugares, tal es su interés por su antigüedad, por los parentescos que menciona, los repartos de bienes, presencia de topónimos, nombres de diferentes telas y paños, o la constatación y presencia de numerosos vecinos y amigos de la testadora.
El archivo condal de Barcelona, además de diversos fondos particulares a él integrados, conserva abundante información de los territorios que constituyeron en su día la antigua Corona de Aragón. Disminuye esta información para el siglo XVIII, porque los reyes borbónicos, con Felipe V a la cabeza, deseando centralizar los archivos en Madrid, mandaron trasladar la documentación a la capital de España.