Después que unas importantes crecidas acaecidas en la noche del 15 al 16 de mayo de 1479, el río Cinca destruyó el puente de madera de Fraga. Unos 200 hombres de la villa trabajaron en la localización de maderos aguas abajo del río, trasladando el precioso botín a la zona de Les Estressanes. Era necesario recomponer el puente porque el rey Fernando el Católico tenía anunciado su inminente paso por la villa para el mes de agosto. El fuster de Fraga, Bernat Vall, se hizo cargo de la recomposición y arrendación, firmando con el Concejo de la villa unos acuerdos previos.
Llegado al fin el mes de agosto, el rey hubo de cruzar el río con un pontón, y pudo ver como los carpinteros de la villa de Fraga, voluntariosos, pero faltos de experiencia, trabajaban afanosamente por dar los últimos retoques. Al fin, Bernat Vall cumplió lo prometido y en 1480 dio acceso al puente, cobrando el peaje acostumbrado a los forasteros y a los carruajes y caballerías, tal como disponían los estatutos del pontazgo.
Sin embargo, un contratiempo de aquellos que por consabidos no menos sorprendentes, volvió a romper el puente. Cuando parecía que el emprendedor fuster iba a recuperarse de los trabajos, salarios, maderas y clavos colocados, el río Cinca volvió a manifestar su habitual bravura, y derrotó de nuevo el puente de madera. El Concejo reclamó el cumplimiento del contrato, y el dicho Bernat Vall se veía arruinado... De pronto, ocurrió algo inesperado. Como en los cuentos, acertó a pasar de nuevo el rey Fernando por la villa, procedente de Zaragoza en dirección a Lérida. El arrendador Bernat Vall pidió urgente audiencia al rey, que se hallaba alojado en el palacio Montcada. Era el día 22 de octubre de 1480. El dicho Bernat le expuso la cuestión y el rey -tras consultar a sus juristas- determinó favorecer al preocupado fragatino. Escribió una carta a los jurados y prohombres en la lengua de sus naturales. La carta lleva data del mes de enero de 1481: “Als amats e feels nostres los jurats de la vila de Fraga”.
En la carta el rey hizo constar el reconocimiento de la arrendación y del contrato entre partes: “Bernat Vall, fuster de aqueixa vila, a instancia vostra, e pregat pe vosaltres dos anys ha, prengué càrrech del arrendament del pont”. El arrendador había invertido grandes esfuerzos por rehabilitarlo, como pudo ver el monarca con sus propios ojos: “E que quan lo mestre Bernat lo prengué era tot podrit, e ara per la bona indústria, e cura sua, é tot nou, empero per causa de les crescudes que lo riu de Cinqua ha fetes molt ruint...”. Luego, el rey pedía a los jurados de la villa que rescindieran el contrato del dicho Bernat, o simplemente volvieran a redactar nueva concordia de arrendamiento que favoreciera ambas partes: “...ho donets loch o consentiment que lo dit mestre Bernat se ixqua del dit arrendament, el haiam per absolt de aquell, o al menys li doneu altre guany per manera que ell puixa sostenir lo dit pont...”.
El Concejo y prohombres, que sólo aspiraban al cumplimiento del contrato, como habían hecho con otros arrendadores anteriores, se negaron a ello. Mejor suerte había tenido el predecesor en la arrendación, Johan Durán en 1477, el cual consiguió grandes facilidades por parte de la villa como: la posibilidad de trabajar todo el pueblo a vecinal en caso de derrumbe del puente, así como la construcción de una casa en la zona de La Estressana para almacén, y un anticipo para la adquisición de madera.
Lamentablemente para el dicho Bernat Vall, en junio de 1481 el puente estaba todavía destrozado; todos los transeúntes debían cruzar el río por el sistema de pontones. En este intervalo, volvió a visitar la villa el mencionado rey Católico, por tercera vez, momento que aprovechó para ofrecer una nueva solución a favor del arrendador: confiar en la experiencia y eficacia de los emigrantes de la Cataluña Norte, los llamados gascons, entonces muy apreciados en todas partes por su alto nivel de calificación profesional. Los dichos emigrantes acometieron con éxito la empresa de reconstrucción del puente de Fraga. Pero como ocurre invariablemente en estos casos, ni el arrendador ni el Concejo quisieron salir perjudicados, y el impuesto de paso del puente o pontatge –en castellano pontazgo- se incrementó en un tercio a partir del año 1483, fecha en la que hallamos de nuevo transitable el puente de Fraga.