La medina Fraga de inicios del siglo XII era una de las plazas más apetecibles para la sociedad cristiana. Con la muerte de al-Muqtadir de Zaragoza en 1082 y el fraccionamiento del amplio territorio de la Frontera Norte entre sus hijos, así como la pérdida de Toledo en 1085, alentó las esperanzas cristianas por nuevas tierras, en buena parte para dar respuesta al exceso de población de los valles pirenaicos.
Desde estas fechas hasta la de la toma de Fraga y Lérida en 24 de octubre de 1149 constituye un periodo apasionante, todavía poco conocido, en el que predominan los continuos avances y retrocesos de las dos religiones. Es consecuencia de la escasez de noticias de dichos años que nos empujan a buscar datos que nos permitan acercarnos a explicar los eventos sucedidos en aquellas lejanas fechas.
En esta página centraremos nuestro interés en lo ocurrido en los últimos de días de la Fraga mora, a tenor de lo explica la crónica llamada Chronica Adefonsi Imperator. La evidente vinculación de Fraga a la capital de su distrito, Lleida, debió influir para que ambas buscaran alianzas con los condes catalanes, especialmente con el de Barcelona, que predominaba sobre los demás, como respuesta a las incursiones bélicas y sangrientas aragonesas que se acercaron a Fraga en 1092, 1123 o 1133. En esas circunstancias llegó a Fraga la obligada ayuda del prestigioso militar Ibn Ganiya, líder indiscutible de los almorávides y gobernador de Valencia y Murcia. Dice así la citada crónica analizada por el profesor L. Sánchez Belda en 1950: “Alfonso I fue con sus hombres a Fraga donde hicieron una gran matanza y muchos cautivos y quemaron la tierra, Pero Ibn Ganiya, cierto sarracenos de los almorávides, gobernador de Valencia y Murcia, congregó muchos almorávides y musulmanes y fue a Fraga, donde luchó con el rey de los aragoneses”.
Naturalmente, la crónica tiene una visión exclusiva desde el punto de vista de los cristianos y deseaba resaltar que los ganadores de dichas incursiones eran los cristianos: “Por dos veces fue vencido Ibn Ganiya y, huyendo del campo, dejó muchos despojos a los cristianos”.
Lo cierto es que la actuación bélica del rey Alfonso auguraba malos tiempos para los fragatinos de aquellos días. Es muy probable que ofreciera condiciones muy benignas si los de Fraga capitulaban sin resistencia alguna. Sin embargo, de nuevo pasó a una actitud agresiva e intransigente que nada bueno dejaba entrever para la suerte de los habitantes de Medina Afraga. Los moros de Fraga sabían que Mequinenza había sido tomada por el mismo rey, intentando cerrar el cerco, y que había masacrado a sus habitantes, pasando a cuchillo a la mayor parte de la población mequinenzana. Este hecho nos permite entender el sentido del contenido de la citada crónica: “Los almorávides y musulmanes que estaban dentro de Fraga querían entregar la ciudad al rey cristiano, a condición de que los dejase irse en paz”. O sea, Ibn Ganinya debió prometer tierras en Valencia y Murcia a los fragatinos si no guerreaban con el aragonés. Solicitaba lo que había ocurrido con la conquista de Barbastro o Monzón, permitiendo a sus habitantes trasladarse a una nueva residencia sin temer por sus vidas. La consigna de Ibn Ganinya debió ser la entrega de una plaza vacía. A cambio, les prometía un asentamiento nuevo en Valencia, Murcia o África.
Pero el aragonés no aceptó condiciones, sobre todo, después de los muchos esfuerzos que le estaba costando el sometimiento de Fraga: “Quería conquistar la ciudad y pasar a cuchillo a los nobles de los musulmanes y tomar como esclavos a sus mujeres y niños; las riquezas de los mismos aseguró tomarlas sin misericordia”. La crónica no puede ser más explícita.
Ante el temor a la intransigencia demostrada ya en Mequinenza, los fragatinos y otros pueblos del distrito leridano se apresuraron a pactar con el conde de Barcelona y pagarle nuevamente parias para obtener su protección. Al mismo tiempo, Ibn Ganiya pidió ayuda a los suyos en Valencia y Murcia. La llegada de contingentes extraordinarios y el valor demostrado por los mismos cinqueños produjeron la más importante de las derrotas que sufriera nunca el incipiente reino aragonés. No sólo murió el rey aragonés como consecuencia de las heridas sufridas en los campos de Fraga: de inmediato Aragón perdió la mayor parte de sus conquistas, incluida la misma Zaragoza.
Eso explica que cuando el conde de Barcelona, siendo ya príncipe de los aragoneses, pidiera la capitulación de Fraga y de Lérida, con importantes beneficios y ventajas para los que desearan marcharse a Valencia y Murcia o para el poco más del centenar de familias que manifestaron su deseo de seguir viviendo en Fraga, fueran aceptados todos los pactos y capitulaciones presentados por el catalán: repartió tierras entre los moros fragatinos y les redujo impuestos. El príncipe de Fraga -como se quiso llamar a sí mismo el conde catalán- dispuso un nuevo orden: tal como había hecho en Tortosa en 1148, ensayó un reparto entre diversos señores (Urgel, Montcada, Ordenes militares, Orden de San Benito, obispado de Lérida...); ensayo que había ser poco eficaz y confuso. Los caballeros y colaboradores del conde catalán empezaron a recibir casas, tierras y otros beneficios sobre la ciudad. Por ejemplo, en 1152 el abad de Alaón, uno de los beneficiados por el citado conde por su ayuda en Fraga, había recibido una heredad, que había sido del musulmán Farfo de Fraga, y la entregaba a Pedro Formiguera, posiblemente a cambio de un censo anual. Había finalizado la Fraga musulmana.