La derrota sufrida por los aragoneses el 17 de julio de 1134 trajo la muerte de muchos personajes notables aragoneses, como la de don Gómez de Luna, al que define el cronista Gonzalo Céspedes y Meneses en su Historia apologética en los sucesos del reyno de Aragón (1622), como “caballero animoso”. Otros nobles fallecidos ante las murallas de Fraga fueron: Centullo de Bigorra; Centullo de Bearn, que dejaba sus posesiones a su madre Talesa; Aymeic de Carbona; Lope Caxal, sobrino de don Caxal; el obispo Arnaldo Dodón de Huesca; el obispo Pedro Guillem de Roda-Barbastro; el abad de San Victorián; Garsión de Cabestañ; Beltrán de Lanuces, Fortunel de Fol; Auger de Miramond; Raimundo de Talarn, Calvet de Sua; Manrique de Narbona; Atón Garcés de Barbastro; Capuz de Calahorra; Juan Galíndez de Antillón; Lope Blasco de Pomar de Cinca; Orti Ortiz de Borja; Pedro Ortiz de Lizana; Íñigo Jimenones de Calatayud; Pere Petit de Loarre; y Tizón de Buil. El aragonés Antonio Ubieto Arteta señala, siguiendo la Crónica Adefonsi Imperatoris, que al menos murieron en Fraga 700 peones y casi todos los caballeros y nobles. Posibles supervivientes de aquella jornada fueron el francés Arnald de Leguince y Huas de Xalón, citado por el historiador aragonés Ubieto.
Así anotó otro historiador llamado Condé la derrota del emperador ante Fraga, sacada, según afirma él mismo, de fuentes árabes: “El campo quedó cubierto de cadáveres para pasto de aves y de fieras. Los muslimes saquearon el campamento de los cristianos, donde hallaron muchas riquezas y persiguieron los miserables restos de sus vencidas gentes. (…) Y se hizo famosa Fraga, que no la olvidarán nunca los cristianos. Fue esta batalla en el año 528 de la hégira”.
La derrota del rey Alfonso cambió la historia del reino de Aragón. Con la muerte del emperador de Hispania -como gustaba titularse el rey de Aragón-, los cristianos perdieron Mequinenza y Zaragoza, Daroca se despobló, y los habitantes de Barbastro la abandonaron en previsión de una incursión desde Lérida y Fraga. La Gesta Comitum Barchinonensis añade sobre la muerte del rey de Aragón: “Amfós rgnà XI anys e morí a Fraga nafrat, e morí anno Domini MCXXX; e no y romàs fill ni filla, e fo sebollit a Muntaragó”.
Cuenta el francés Gustave d’Alaux que con la muerte del Batallador se generaron numerosas leyendas. Una de ellas afirma que, después de la derrota de Fraga, aunque herido, todavía estuvo en otro asedio cerca de Huesca. De regreso hacia Fraga, su única derrota, el rey fue hospitalizado en Poleñino, cerca de Sariñena, donde falleció. Otra leyenda cuenta que, avergonzado ante semejante mortandad de nobles y caballeros, abandonó Aragón y se marchó a los santos lugares de donde regresó a los treinta años, siendo un anciano de larga barba blanca. Los relatos que narraba el anciano peregrino sobre su vida de rey y los acertados conocimientos que tenía sobre los sucesos de su patria, convencieron a muchos aragoneses que lo tomaron como el verdadero rey de Aragón. Pero la división de opiniones y las alteraciones y alborotos que se produjeron con la llegada de aquel peregrino impidieron que fuera rehabilitado como monarca; antes al contrario, los propios aragoneses lo llevaron a la horca como un vulgar delincuente y lo colgaron bajo la ventana del palacio de la reina Petronila.
La muerte del rey Alfonso había de cambiar la historia de Aragón y de Cataluña. Porque el matrimonio de doña Petronila, como heredera de Aragón, con el conde de Barcelona iba a producir una fructífera unión entre el reino de Aragón, con los condados de Pallars, Sobrarbe, Ribagorza y Urgel, supeditados todos ellos a la casa de Barcelona, que consiguió aglutinar territorios de origen bien distinto, con leyes distintas, pero todos ellos bajo una sola testa, unión de territorios que acrecentaron su prestigio en sucesivos reinados.
Una de las primeras empresas del conde catalán, como príncipe de los aragoneses, fue la conquista de las tan deseadas ciudades de Tortosa, Lérida y Fraga. Por cierto, que en el asedio de Fraga y de Lérida, previo a la capitulación datada en de 1149, estaba presente el nieto de Guillem Ramón de Montcada, el gran senescal, llamado Céntulo, vizconde de Gabarret, a quien se le concedieron las tenencias de Huesca y de Bespién por su colaboración en los citados asedios.