Desde 1127 la rápida y espectacular expansión territorial de Alfonso I de Aragón pierde intensidad. Su creciente deseo de extender Aragón hacia el mar, llegando por el Ebro a Tortosa, se encuentra con nuevas dificultades: por un lado, los castellanos regidos por Alfonso VII de Castilla amenazan las fronteras orientales aragonesas; por otro, los condes catalanes aspiran a llegar al río Cinca. Además, los aragoneses no tienen gente suficiente para repoblar tan vastos territorios reconquistados.
El deseo del rey aragonés de llegar a Tortosa tiene, además, otro inconveniente: Fraga y Mequinença (Mequinenza) son enclaves que hacen de barrera a su avance, y las gentes de estas medinas están preparadas para defenderse. Su objetivo de alcanzar el mar comprende la estrategia de tomar o eliminar previamente estos enclaves. Alfonso I sabe que Fraga es una plaza difícil de tomar, como ya había comprobado en su acercamiento a ella de 1123, estableciendo su campamento en Gardeny (Lérida) entre los meses de enero a mayo. La ruptura de las comunicaciones entre Fraga y Lérida no amedrentó a los fragatinos.
El 1130 vuelve el rey aragonés al Cinca, situándose en Çaydí (Zaidín) en el mes de junio, abandonando el lugar antes del mes de octubre para trasladarse a Bayona.
Tres años después, o sea, en enero de 1133, se hallaba sobre Fraga sin conseguir su capitulación. Después de una corta ausencia para desplazarse a San Juan de la Peña, regresa en junio manifestando una gran impaciencia por las conquistas de Fraga y Mequinença. Consigue penetrar en la segunda y manifiesta sus verdaderas intenciones: no quiere conquistarla, sino hacer desaparecer el peligro. Pasa a cuchillo a toda la población. Desde Mequinença y siguiendo el Ebro controlará nuevas poblaciones hasta llegar a Faió (Fayón). Retrocede de nuevo sobre Fraga, donde la documentación le sitúa en el mes de julio. Toma Scarp (Escarpe) y planta sus reales en uno de sus más largos asedios. El frío y las inclemencias del tiempo debieron alejar el peligro a los fragatinos, pues el rey y su tropa abandonaron el asedio en el mes de octubre de 1133.
Nada ni nadie debe interponerse a su sueño de llegar a la costa. En enero de 1134 vuelve sobre Fraga y está determinado a no levantar ya el asedio hasta haya capitulado, o desaparecido como Mequinença, población en la que ha quedado un destacamento cristiano-aragonés. Pero en los meses siguientes, los fragatinos han pedido socorro a Lérida, Balaguer, Tortosa, Valencia y Murcia. El 17 de julio las tropas almorávides sorprenden el campamento de los aragoneses en una aplastante derrota. Era la festividad de Santa Justa y Rufina, fecha que reflejaron las crónicas contemporáneas. “…post illam, multam et malam mactationem christianorum in Fraga ni que fere omnes gladio ceciderunt, perpauci vero vix inermes per fugam evaxerunt cum rege, feria tertia, die sanctoru Iuste et Rufine”. Es decir, muchos soldados de la tropa de Alfonso I murieron por los golpes de espada; pero otros consiguieron huir junto al rey. En agosto se halla el monarca en Alfajarín. Unos días después se acerca a la ciudad de Osce (Huesca) y, el 29 del mismo mes, a orillas del Alcanadre, donde presiente su muerte. El 4 de septiembre renueva su testamento ampliando las donaciones reales al monasterio de San Juan de La Peña y al de San Pedro de Sirena, al tiempo que confirma su sucesión a las tres órdenes militares fundadas en Jerusalén. Las heridas y la falta de reposo hacen presentir lo peor: quieren trasladarlo de Saragnena (Sariñena) a Osce, pero al llegar a la aldea de Polenyno (Poleñino) el rey es sólo un cadáver. “Quando Fraga fuit obsesa, et infirmavit rex in Saragnena”.
Su cuerpo fue trasladado al monasterio de Montis Aragone (Montearagón) y años más tarde al claustro de San Pedro el Viejo de Osce. No sabemos si la suerte de los fragatinos en 1134 hubiera sido la misma que la de los de Mequinença en 1133. De inmediato fue recuperado todo el poblamiento del Cinca, inclusive la misma ciudad de Zaragoza, que había sido tomada en 1118. La presión sufrida por los aragoneses después de la derrota de Fraga, por parte de los castellanos, decidieron la alianza y pacto matrimonial posterior de Aragón con uno de los condes más prestigiosos de Cataluña: Ramón Berenguer IV.
Los pobladores de Fraga salieron mejor beneficiados de la capitulación de octubre de 1149.